El lenguaje técnico que la describe, aunque
con suma precisión, no expresa ni de lejos lo que es morir, morirse. El motivo
principal de esto es que la muerte no le ocurre a quien se muere, que ni cuenta
se da, sino a quienes quedamos vivos. La muerte es un asunto de los vivos y no
de los muertos porque solo los vivos la sentimos y padecemos. Pero ¿cómo
expresar eso que sentimos? La prosa técnica y precisa tiene una frialdad de
quirófano, de mesa operatoria, blanca, dura, marmórea, quizá con alguna
salpicadura de sangre sobre las sábanas desinfectadas, pero nada ahí genera la
ilusión de la vida, que es la que nos aterra de la muerte.[1]
Y así me quedé, pensando.
[1] Salvo mi corazón, todo está bien.
Héctor Abad Faciolince.
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