lunes, 17 de marzo de 2025

LECTURAS

             A partir de una lectura[1] aparecieron las contradicciones cotidianas que lo ponen a dudar a uno hasta de la misma realidad. Una conversación intrascendente, claro está, de novela, claro está, pero no por ello menos cierto y que pone a dudar hasta al más valiente, veamos entonces.

 O (O es el hipocorístico[2] de Ophelia, una protagonista, aclaro) se ha regido siempre por la máxima que afirma que «la ignorancia es felicidad». Esto la convierte, en su opinión, en una de las personas más obstinadamente dichosas del planeta. Ella, por descontado, ignora la procedencia de esa cita. Lo contrario sería un contrasentido. (Thomas Gray, Oda a un paisaje lejano de Eton College, por si alguien quiere saberlo).

 Su amigo le contesta: Lo que ignoras puede hacerte daño. Y mucho.

 Dicen que lo que uno ignora no puede hacerle daño. Tercia otro personaje. (La ignorancia, ya se sabe, es felicidad). Pues se equivocan.

 La cuestión es que de pronto ambos están equivocados o ambos están acertados, todo depende de cómo se vea.

 Y esto me lleva a un pensamiento que me rondaba, de la versatilidad del idioma y de cómo se pueden implicar contrarios creando nuevas nociones, no muy acertadas en mi pobre opinión, como, por ejemplo, siguiendo la misma lectura: 

—El realismo mágico no existe —replica Chon—. En el mundo real no hay magia.
—Ni realismo en el mundo mágico —dice O.
—Esto es el mundo real —contesta Chon.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta ella.
Ahí le ha pillado.

 A mi también me pilló porque en purismo una cosa es mágica o es real (como por ejemplo el matrimonio, que de magia se pasa al realismo, a pesar de García Márquez), pero surgido el realismo mágico está en todas las artes, la contradicción se quedó para siempre, a pesar de su contradicción.

 Y de ahí salté a la transformación idiomática de los últimos años, en casi todos los ámbitos de la vida cotidiana, lo que me ha llevado a pensar, a raíz de conversaciones oídas que quedé retrasado en el entendimiento de la conversación a la que estaba acostumbrado, ahora oigo palabrejas que me parecen traídas de los pelos, por lo que me tomé la molestia de copiarlas para constatar si soy el único que se perdió en el camino idiomático, por lo viejo que estoy y que me quedé atrapado en ese pasado mío.

 En arquitectura, por ejemplo, sabiendo que los arquitectos son dados a maximizar su propio trabajo, oídas en Discovery Home and Health: La madera le da un aspecto gentil a la casa (gentil a la casa?). El techo es casi demasiado bajo (casi demasiado bajo?). La personalidad de la habitación (esta se va ganando el premio). Es un lugar atemporal (esta superó la anterior). Este cuarto respira cultura (ni que estuviera hablando de una biblioteca y pensaba qué pensamientos surgirían al llegar al cuarto principal). Es que es una diversidad funcional (por lo que vi era más bien disfuncional). Con sus líneas limpias y frescas (refiriéndose a una pared) y agregando: la pared se pinta de azul para abrir la sensación de frío sicológico (lo que me trajo a la memoria los momentos en que mi mamá me mandaba miradas de frío sicológico) y hasta me hizo reír oír cómo se definía un estrecho pasillo como un angosto muy ancho. 

Ahora todos se valen de lo que antaño se llamaban las licencias poéticas que usaban los conocedores de ese tema, los poetas de antes.

 Y baste mirar también los locutores deportivos con sus licencias y su pobreza idiomática, que mi Dios me perdone, pero se pasan y que no profundizo porque la lista se haría eterna. Como aquello del minuto noventa más uno, acaso es diferente al minuto noventa y uno? Digo yo. O en otra alusión a la cultura, que decía que el rey momo, el del carnaval de Barranquilla, que respiraba cultura (Dios mío, si él representa al relajo, hasta a la indecencia, al menos a lo que entonces se pensaba que era eso).

             Pareciera que hoy lo mejor es hablar con eufemismos, parece que así se ofende menos y pasa uno por más culto, como aquello que se acaba de mencionar en Europa por el conflicto entre Rusia y Ucrania, gracias a la sal que el Trump le agregó, que obliga a la misma Europa a tener más armas de disuasión nuclear porque ya no es correcto hablar de bombas; como en el actual gobierno que ya no se puede hablar de secuestros de poblaciones o militares sino de retenciones transitorias, como si la palabra amortizara el daño o se ofendiera deliberadamente a los secuestradores).

             Y para terminar, como estamos en el moderno mundo de lo ecológico, agregado para todas las actividades humanas, me llamó la atención oír de las verduras ecológicas, esas no las conocía, pero deben ser más caras que las verduras corrientes, con las que me alimentaron. O el ecosistema de empresas o de comercio, al que aludió algún alcalde y el lago de datos, al que aludió otro, en entrevista colectiva que en estos días vi.

             Tal vez sea un viejito retrasado o atrasado o atrapado en mi tiempo, pero sinceramente en el mundo actual me está quedando grande entender el actual lenguaje, lo que quiere decir, en otras palabras, que ya ni entiendo el lenguaje actual que no se sí es propio de mi propia atrofia senil o que el futuro me atropelló. 

… y ya sé que es una comparación difícil de entender pero también es difícil de entender la relatividad del tiempo y todo el mundo se la traga.[3] 

Tomado de Facebook
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[1] Rotos. Don Wislow.

[2] No pongo la palabra como forma de darme importancia de sabedor, pues a mí me tocó buscarlo porque se me había olvidado cómo se denominaba a esa forma de reducir nombres y naturalmente el doctor Google me ayudó: Las variantes cariñosas de los nombres propios se llaman hipocorísticos. Son diminutivos, acortamientos o derivaciones que se usan para referirse a alguien de forma familiar o afectiva. Es más, eso lo aprendí por allá en el año 1969, cuando estaba en primero bachillerato, si mal no recuerdo y naturalmente pasado tanto tiempo era cierto que ya, con esta edad, debía haberlo olvidado, como efectivamente me sucedió.

[3] Lo mejor que le puede pasar a un cruasán. Pablo Tusset.


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