Si no existiera Dios y no digo que no exista, pero
tampoco que exista, simplemente decía que si no existiera -suponiendo que sea
así y que sea el creador de todo lo existente, tal como nos fue enseñado-
definitivamente más que Dios debía ser un artista, un completo artista, como
aquellos del renacimiento que eran de todo en uno -pintor, escultor, arquitecto
y hasta astrónomo-.
Es deslumbrante ver en el horizonte y en la comodidad un
amanecer o un atardecer de fotografía. O una noche estrellada sin luces ni
nubes que impidan el panorama completo, de fotografía. O el mar, calmo o
alborotado, con su eterno vaivén y su constante sonido monótono pero
arrullador.
Y podría describir mil sitios y situaciones semejantes,
cuya perfección hacen creer en un creador -nada de aquello que llegó big y se
estrelló con bang y tome para que lleve que con un solo golpecito la vida
apareció, naturalmente que solo en el planeta tierra (ya estoy pontificando
como cualquier creacionista)-.
Y pienso en el cuerpo humano (afirmación aplicable a
cualquier animal), ver la perfección de la construcción de ese cuerpo, interno
y externo, la belleza en tal construcción. Nada más ver a un bebé durmiendo en
el regazo para poder admirar la belleza del cuerpo humano, se notan hasta las
venillas que alimentan cada parte, no se ven las autopistas neuronales, ni el
sistema límbico, a duras penas el muscular y qué decir del esquelético, cada
parte una parte, cada parte un complemento, cada parte en su individualidad
siendo el conjunto. Una verdadera belleza -para quienes lo han pensado, para
quienes se toman el tiempo para perder en pensamientos de esta admiración-. Tal
perfección solo hace pensar en un creador artista -ingeniero, arquitecto,
científico y hasta escultor, todo en uno- y parece que estoy escribiendo como
cualquier creacionista, pues me cuesta creer que una célula se encontró con
otra célula, por allá en el fondo del mar y tome para que lleve, surgió el sapo
que copuló con quién sabe qué e hizo que saliera otra especie, que se convirtió
en pez, que lo llevó hasta la playa y en suspiro de oxígeno lo convirtió en
lagarto, que con tres pasos más, pasó a mico y de ahí a nosotros, con las
desviaciones consabidas -pareciera que estuviera escribiendo como cualquier
antidarwiniano-.
Como
sea, la mano que intervino en crear tanta belleza solo puede ser la de un
artista tan perfecto como sus obras -a pesar de que los artistas, por regla
general, no son tan perfectos como sus obras-.
Contradictorio,
lo sé, pero me gustaría pensar que fue un artista el creador de tanta belleza
que nos rodea y que igualmente somos, no importa el nombre que pueda tener o el
nombre que no pueda tenerlo, pero el milagro es mágico y como tal lo acepto,
envidio a ese artista que lo que debió ganar en últimas es el orgullo de esa
creación.
A veces vuelve del trabajo a tiempo para ver ponerse el
sol desde la terraza del apartamento y es flipante, como dicen los niños. Si no
puedes creer en Dios Padre, se dice Lou —que, como judío no practicante no sabe
en qué creer—, ver cómo se pone el sol sobre el océano te hace creer en Dios
como artista.
La foto oportunísima. El contenido, poético y ambivalente, como todo lo que vale la pena en la vida.
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