Era un día
gris, las nubes con todas las tonalidades de grises, sobrepuestas unas a otras,
expresando el espectáculo de un arco iris que quería salir; su gama de colores
era muy tenue y en el fondo el sol intentando dejarse ver, haciéndose un lugar
entre las nubes grises, obligándolas a vestirse de otro color y mientras, el
arco iris iba tomando sus colores, las nubes ayudadas por el viento se iban
dispersando a cada instante, dejando el paso al azul celeste. El arco iris
seguía robando los rayos al sol para mostrarse majestuoso, para hacerse visible
para quienes querían verle y el sol, comenzaba a calentar con sus rayos
infinitos de luz.
En medio de ese calor de amanecer, de ese calor tímido con que comienza
a empaparse la tierra, ese calor que impregna olor de lluvia en evaporación, en
medio de todo ese juego de luz, de aromas y de calor, me encontraba aquella
mañana en el prado recibiendo el día. Un día como cualquier otro, un día más
para vivir o un día más para sobrevivir.
El sonido del viento ambientaba mi espectáculo, de ese viento que se
lleva el aire frío de la madrugada y trae el tímido calor de un nuevo tímido
día. El pensamiento flotaba a la par con las nubes, llevándose los pensamientos
de ese ayer constituido por los segundos pasados y trayendo los pensamientos
azules de los segundos que se iban convirtiendo en el presente.
Los pájaros ya habían arrullado el tierno amanecer, extendían sus alas
a los rayos del sol dejando ir con el viento el frío de la noche y buscando el
calor de la madre naturaleza. Apenas imperceptiblemente se comenzaba a notar el
creciente despertar anunciado con el canto de las aves, con el despertar
perezoso de los árboles y con el eterno devenir de las hormigas, de las moscas
y aún de la gente.
Aunque eran pocas las personas que se veían, ya los rostros de esos
pocos transeúntes iban anunciando cómo sería su día, algunas caras cabizbajas,
otras meditabundas, algunas más angustiadas y una que otra con esa mirada de
lunes en la mañana o de viernes en la tarde. Contemplándolos no le quedaba a
uno cosa diferente a sonreír, a sonreír por su angustia, por su tristeza o por
su letargo de lunes en la mañana o de viernes en la tarde.
Inesperadamente en la misma banca se sienta uno de esos personajes y a
manera de saludo y de despedida sólo se limita a decir: Si le queda una hora de
vida, qué haría?
Buena pregunta, me digo, muy buena pregunta. Qué haría yo si me quedara
una hora de vida? Será lo mismo si me pregunto qué haré con esta hora antes de
que se presente la muerte? Y qué es una hora? Acaso no es una medida de tiempo?
Y qué es el tiempo? Una ilusión colectiva que nos obliga a andar y descansar?
Qué haría yo si me quedara una hora de vida? Sólo preguntándome estas cosas
quién sabe cuánto tiempo ha pasado ya, pero qué importa? Si lo irremediable ha
de llegar, qué puedo hacer yo? Arreglar mis cosas? Cuáles? Ellas se arreglarán
solas... Viene a mi mente aquella frase que en el portal de la iglesia estaba:
Si te vas a quién dejarás tus cosas? Vaya a recordar uno cuál evangelista lo
dijo y viéndolo bien, tal vez ni siquiera lo decía con esas palabras, pero esta
oración fue la que se me grabó. Pues mis cosas quedarán para quien quiera
recogerlas, de ellas serán y mis angustias se llevarán, para qué angustiarme
ahora? Ya cuánto habrá pasado? Qué importa! El día ha aclarado, las antes
grises nubes dieron lugar a un cielo azul, con los blancos y grises que va
barriendo. De quién he de despedirme? La lista puede ser larga, la lista puede
ser corta, pero quién quisiera despedirse de mí? Creo que todos harían una
algarabía si supieran de mi despedida, palabras de tristeza, llantos
incontrolables y tal vez... una que otra palabra de envidia. Así, quién
desearía despedirse de mi? Y yo quisiera despedirme de ellos? Para qué, para
sentir sus palmaditas de pesar en mis hombros, oír llantos que no deseo oír?
Sí, para qué despedirse, ya les visitaré uno a uno y les haré saber que me fui
pero que estoy. Sí, puede resultar triste que teniendo la oportunidad de
despedirse no lo haga, pero es mejor así, realmente para qué despedirse... para
qué angustiarme por ellos...
Cuánto tiempo habrá pasado? No quiero saberlo, quiero alejarme de esa
ilusión, simplemente deseo que pase, al ritmo que deba pasarme, pero creo que
ya ha pasado un buen tiempo, ya el sol está en su esplendor, ya el arco iris ha
tomado toda su forma y está resplandeciendo al mismo ritmo del sol, se ve el
violeta y el naranja, el amarillo y el rojo, por qué nunca los pinté? Ah, pero
los disfruté, aún en aquella oportunidad en que me persiguieron sus colores por
algunos días hasta el día en que sin estar le pude ver, cómo son las cosas...
Pensar que uno sólo tiene cosas y personas y ambas deben dejarse, qué
quería decir el evangelista? Qué me quería decir? Tantos mensajes que nos llegan
y tan pocos que entendemos, qué me habrá querido decir el evangelista...
Ese calor del sol me invade el cuerpo, siento que sus rayos se han
desviado al arco iris y el arco iris a mi alma, así la estoy sintiendo. Qué
haría yo si me quedara una hora de vida... sí, los habría dedicado a estos
pensamientos y si supieran los demás lo que me ocurre ya sé que habrían pensado
lo egoísta que fui, pero nunca sabrán que era mi vida, no la de ellos, nunca
sabrán que eso lo hubiera deseado, nunca sabrán por qué no me despedí, nunca
sabrán que era mejor disfrutar este día, porque mí epitafio ha de ser el mismo
que alguien dijera:
Todos los días son buenos para morir!
23 de julio de
2003
Foto: JHB (D.R.A.)
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